Así dice la Torá en la lectura de esta semana, Shoftim1.
¿Por qué será?
Encontramos diferentes explicaciones al respecto.
He aquí una de ellas:
Cuatro Niveles de Vida
Hay cuatro niveles de vida: 1) mineral, 2) vegetal, 3) animal, 4) ser humano. Cada una de dichas categorías tiene cualidades que la destaca de las otras tres.
Las características de la vegetación son que crece y se reproduce, a diferencia de las piedras, pero, a diferencia de los animales, queda arraigada en su lugar. Es difícil mover una planta de su lugar.
Los animales se destacan de las plantas por el hecho que pueden movilizarse con facilidad.
Todo esto parece muy simple y elemental. Veamos cómo adquiere otra dimensión bajo la óptica del jasidismo.
Según las enseñanzas talmúdicas, el hombre es un microcosmos que, además de ser integrante del macrocosmos, contiene también aspectos de toda la creación. Así que podemos encontrar en el hombre elementos “minerales”, “vegetales”, “animales” y “humanos” tanto a nivel físico como a nivel espiritual.
Veamos qué quiere decir “plantas” y “animales” a nivel espiritual humano.
La personalidad de cada individuo se compone de diversos elementos, principales entre los cuales están el intelecto y la emociones. Las emociones se comparan con las plantas, porque, como las plantas, “no se mueven de su lugar”, simplemente crecen de chico a grande. El intelecto, por otra parte, se compara con animales ya que, como los animales, es muy “móvil” y aunque hoy esté en un lugar y entiende las cosas de una manera, mañana puede estar en otro, completamente diferente.
Entre los distintos tipos de plantas, son los árboles los que están más profundamente arraigados y conectados con su fuente de alimentación. Es por eso que perduran en el tiempo aguantando las inclemencias del tiempo. Por más altos y lejos de la tierra que llegan a crecer, siguen profundamente conectados.
Análogamente, son las emociones más que las ideas las que expresan la profundidad de uno. Como el árbol arraigado en la tierra, las emociones están profundamente conectadas con uno. Están más profundamente conectadas que las ideas. Es más fácil cambiar una idea que cambiar un sentimiento.
Es por eso que decimos que el hombre es comparado al árbol. La esencia de la persona se expresa no por sus ideas, sino por sus sentimientos, actitudes y comportamiento.
¿Qué aplicación práctica tiene esto para nosotros?
En primer lugar nos enseña que el énfasis lo debemos poner más en pulir nuestro carácter que nuestro intelecto. Es por medio de los sentimientos y actitudes que se mide el valor del hombre, no por sus ideas. Sus ideas valen únicamente si producen sentimientos y actitudes de valor.
Otra enseñanza es que para poder superar los desafíos de la vida a nivel personal, como también a nivel comunitario y nacional, debemos cuidar y asegurar nuestro arraigo en nuestra fuente de sustento espiritual, la Torá. La Torá es nuestra fuente de vida. Igual que los árboles, nuestra supervivencia depende de nuestra conexión profunda y amplia con ella.
Crecimiento Continuo
Otra característica especial que el árbol tiene es que mientras vive crece. Es por eso que se puede determinar la edad de un árbol al contar la cantidad de anillos internos que tiene, ya que cada año crece y produce un anillo más.
La vida del hombre también debe ser sinónimo con el crecimiento espiritual. Uno nunca debe conformarse con sus logros. Siempre debe y puede aspirar a más.
Raíces, Tronco y Frutas
Otra comparación que hay entre el hombre y el árbol es por su composición. Igual que el árbol, el hombre tiene “raíces”, “tronco” y “frutas”.
Las raíces, profundamente enterradas y no visibles son lo que sostienen al árbol y le dan vida. El tronco y las ramas son la parte visible del árbol. Las frutas son el objetivo del árbol y contienen las semillas por medio de las cuales el árbol se propaga.
De la misma manera el hombre tiene una parte que aunque sea invisible lo sostiene que viene a ser la fe. Es la fe, invisible pero profundamente arraigada, la que sostiene al hombre y le da sentido a la vida. El tronco, la parte visible, viene a ser el intelecto y las emociones, o sea, nuestra parte consciente. Las frutas son nuestra progenie, tanto física como espiritual, el propósito de nuestra existencia que nos perpetúa aún después de nuestra desaparición física.
Ideas vs. Acción
Nuestros sabios comparan ramas con ideas y raíces con acción. El que tiene más sabiduría que acción es comparable con un árbol muy frondoso que tiene pocas raíces. Cualquier viento lo vuelca. En cambio aquel cuyas acciones exceden su sabiduría, es como un árbol no tan frondoso pero que tiene muchas raíces que es capaz de resistir todos los vientos del mundo.
Tierra, Agua, Sol y Aire
El árbol necesita cuatro cosas para vivir bien: tierra, agua, sol y aire. Del mismo modo, el hombre, especialmente en su etapa de crecimiento inicial, su niñez, necesita de estos cuatro elementos.
Tierra: Solidez y estabilidad.
El niño, para poder crecer sanamente, necesita tener valores innegociables. Necesita límites. También necesita saber que sus padres se ocuparán de las decisiones “adultas” para que él o ella pueda dedicarse a ser niño/a.
Agua: humedece las raíces y permite que absorben los nutrientes.
El niño necesita motivación. No alcanza con que le digan lo que está bien y lo que está mal, debe estar motivado para absorber lo que le enseñan.
También: el agua siempre baja. Cuando queremos educar a un hijo tenemos que bajar a su nivel y hablarle en su idioma.
Sol: luz y calor.
Luz: No alcanza con decirle a los chicos lo que deben hacer; hace falta mostrarles el valor de las cosas.
Calor: Probablemente lo que más necesita el chico en su niñez es calor, o sea el amor incondicional de sus padres. Debe ser tan predecible como el amanecer. Aunque el padre se enoje con él por algo que haya hecho, debe estar más que claro que se enoja porque lo ama y no porque no lo ama.
Aire: ambiente, espacio.
Es muy importante asegurar que el ambiente en el cual el chico se encuentra sea sano. El chico no sólo capta lo que le dicen sino que respira actitudes y comportamientos que no le dicen o que no quiere que vea.
También es importante salvaguardar el espacio personal del chico. Debe tratarse con máxima confidencialidad.
1 Deut., 16:18–21:9