En la lectura bíblica de la semana pasada1 y la actual2 leemos - entre otros temas - sobre un fenómeno curioso, denominado: Tzaraat.
En tiempos bíblicos y mientras existían los Templos de Jerusalem ocurría que aparecían manchas de determinados colores en las paredes de la casa, la ropa o la piel que requirieron un proceso especial de diagnóstico, cuarentena y de purificación ritual.
Maimónides3 explica que dicho fenómeno no fue natural, sino milagroso; que la causa por dicho fenómeno fue Lashón Hará, o sea, haber hablado mal del prójimo.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? La relación conceptual entre ambas cosas es que el que fue afligido por Tzaraat debe estar en cuarentena por un período de tiempo determinado, separado de la sociedad. Esto viene a ser una consecuencia justa por haber hablado mal de otro y haber causado que otros se aparten de él. “Esto nos enseña que debemos ser cuidadosos de los ambientes sociales que elegimos,” dice Maimónides, “ya que si optamos por ambientes sociales sin contenido positivo, eventualmente terminaremos hablando mal del prójimo.”
El único cualificado por la Torá para diagnosticar y determinar el proceso de cuarentena y purificación es un Cohen. ¿Por qué justo un Cohen? Explican nuestros sabios que los Cohanim, descendientes de Aharón Hacohen, tenían destacada la característica del amor hacia el prójimo4. Aprendemos de esto que para poder ver, juzgar y tratar una “mancha” en otro, debes amarlo. Si no lo amas, es muy posible que tu crítica es un reflejo de tu realidad más que de la del prójimo…
El rey Salomón declaró5: La vida y la muerte están en manos de la lengua. Veamos un ejemplo.
El Midrash6 cuenta de un rey persa quien había enfermado y cuyos médicos le dijeron que la única manera de curarse era tomar de la leche de la leona. Salió el edicto y se presentó un pobre diciendo que podía conseguirle leche de leona si se le dieran diez chivos. El rey mandó entregarle los diez chivos y el hombre salió en busca de la leche de leona.
Entró al bosque y se acercó a la cueva donde vivía una leona con sus cachorritos. Tiró un chivo a la leona quien prosiguió a devorarlo. Al día siguiente se acercó un poco más y le tiró el segundo chivo. Así hizo durante los días subsiguientes hasta que pudo ordeñarla mientras comía el décimo chivo.
Feliz con la jarra de leche de leona que tenía en sus manos, salió de vuelta al palacio real. En el camino se durmió y tuvo un sueño extraño. En el sueño vio como todos sus órganos se pusieron a discutir entre ellos. Las piernas decían que ninguno de los órganos podía compararse a ellas, ya que si no fuera por ellas no podían haber llegado a la leona. Las manos decían que si no fuera por ellas, no hubiesen obtenido la leche. El corazón dijo que si no fuera por él y su plan no hubiesen hecho nada. La lengua intervino y dijo que si no fuera por ella quien habló ante el rey, ¿de qué servirían los demás? Todos los órganos se burlaron de ella. “Ya verán,” dijo la lengua, “que yo tengo más poder que todos ustedes.”
Cuando el hombre llegó al palacio dijo: Su Majestad, he aquí la leche de perra. El rey, enfurecido, mandó ejecutarlo.
En camino, todos los órganos la reprocharon a la lengua. “¿Qué nos hiciste? ¿Por dijiste esa pavada? ¡Ahora moriremos por tu culpa!”
“¿No les dije que sin mi son inútiles y que tengo más poder que ustedes? Ahora los sacaré de este lío”
“Llévenme de vuelta al rey. Tengo algo para decirle que le puede salvar la vida.”
Cuando llegó ante el rey le dijo: Su Majestad, esa leche es en realidad leche de leona. Dije “de perra” porque en nuestra región la llamamos a la leona “perra”.
Probaron la leche y tuvo su efecto curativo. Efectivamente, la vida y la muerte están en manos de la lengua.
“Mirá qué poderosa que es la lengua,” señalaron nuestros sabios, “que D-os le puso dos “guardias”, los dientes y los labios y aun así se escapa demasiado a menudo.”
Hay tres categorías de habladuría prohibida:
1) Motzí Shem Ra; 2) Lashón Hará; 3) Rejilut.
Motzí Shem Ra - Difamación
Lashón Hará - Injuria
Rejilut - Chismear
Es muy fácil transgredir en alguna de estas prohibiciones, ya que uno se justifica pensando que no está haciendo nada, sólo hablando. Pero, en realidad, es difícil imaginar algo que haga más daño que la palabra.
Una de las preocupaciones importantes hoy en día es el tema del “bullying”. Uno puede sentirse excluido únicamente por una palabra demás o de menos. El no hablarle a uno puede ser tan doloroso como sí hablar de él.
El castigo de Tzaraat, la cuarentena, nos recalca lo duro que es el aislamiento social impuesto. Nos haría bien a todos cuidarnos con lo que sale de nuestra boca.
La palabra hablada es como una flecha, una vez liberada no hay marcha atrás. Antes de hablar uno está en control de su palabra; después de hablar la palabra está en control de él.
Ayuda pensar: ¿Por qué quiero hablar? ¿Cuál es el objetivo de mis palabras? en vez de preguntarse ¿Por qué debería callarme? El default del sabio es el silencio. Habla únicamente cuando es necesario y trae beneficio a sí mismo o a un tercero.
“Uno debe saber hablar con los ojos,” decía mi abuelo Bentzion Shemtov, que en paz descanse. “¿Para qué, entonces tenemos una boca?” preguntó. “Para tenerla cerrada”...
Para ver los detalles de la habladuría prohibida, fíjese en Kitzur Shuljan Aruj capítulos 30 y 63. Puede también consultar al Rabino Googleson.
La fuerza positiva es superior a la fuerza negativa, dicen nuestros sabios. Si podemos hacer tanto daño con la palabra, imaginémonos el bien que podemos hacer con la palabra correcta. Concentrémonos en aumentar el territorio de lo positivo y ya no habrá lugar para otras cosas.